Un futuro imperfecto

Cuentan las crónicas que en su día la profesión de ingeniero de caminos fue la más prestigiosa de España. La dificultad de acceso a los estudios unida a la necesidad de obras públicas en un país que había sufrido una cruenta guerra civil, convirtió esta profesión en una señal de prestigio para el que la ejercía. Los ingenieros en activo durante la segunda mitad del siglo pasado fueron protagonistas de un país donde estaba casi todo por hacer y donde se hizo mucho de lo que hoy disfrutamos.

Sin embargo incluso en aquellas épocas los ingenieros no sabíamos vender bien nuestro trabajo. Contaba hace unos días José Luis Manzanares que cuando él estudiaba la carrera, por los primeros años sesenta, las madres querían casar a sus hijas con ingenieros de caminos (no había mujeres en la carrera), pero que las susodichas se quedaban prendadas de los arquitectos. Ni en nuestro mejor momento éramos atractivos, vaya. Quizá esto venía del hecho cierto de que la herencia asociada a cursar tan complicados estudios dotaba de un carácter ensimismado a nuestros antecesores, más preocupados de resolver las ecuaciones de compatibilidad de una presa bóveda (¡entonces se calculaban a mano!) que de poner de manifiesto la magnificencia de una estructura que iba a dar agua para beber las personas y regar los campos, y a producir electricidad que llegaría a aquellos hogares del desarrollismo que funcionaban a 125 V y tenían cuatro o cinco niños en la mayoría de los casos. Ya en aquellos tiempos los arquitectos difundían con éxito la autoría de sus edificaciones, mientras los ingenieros se dedicaban a proyectar y a construir de forma anónima.

Cuentan los testigos de aquella época que la situación siguió siendo en general buena para nuestro colectivo salvando algún bache importante como el que se derivó de la crisis del petróleo de 1973 y sus consecuencias posteriores. Que en ningún caso sucedió nada parecido a la tormenta perfecta que nos deparó la crisis de 2008. Desde entonces muchos compañeros han emigrado fuera de nuestras fronteras y ejercen la profesión en empresas de todo tipo. Ingenieros españoles han montado vías de AVE en el desierto de Arabia Saudita y han construido presas en zonas heladas de Canadá, por poner dos ejemplos que conozco. Han sido tremendamente valorados por la rigurosidad de su trabajo, pero en muchos casos han trabajado en precarias condiciones económicas sufriendo importantes problemas familiares derivados de una expatriación no voluntaria y mal remunerada. Otra de las consecuencias de esta crisis ha sido el paro, una circunstancia casi nunca vista en nuestro colectivo salvo casos muy particulares, que ha producido efectos dramáticos sobre todo en los compañeros mayores de cuarenta y cinco años.

La última consecuencia de esta espiral negativa ha llegado a las escuelas de Ingeniería, y aquí ya no me refiero a la ingeniería de caminos en particular, sino de todos los estudios técnicos en general. Los jóvenes ya no eligen carreras técnicas porque, en palabras literales de un estudio recientemente publicado “no compensa el esfuerzo”.    

Lo que no debiera de concluir usted, amigo lector, es que este problema es un problema de los ingenieros que, en definitiva, “piden más dinero para sus obras”. El problema es de la sociedad en su conjunto ya que, de seguir la actual deriva, careceremos de profesionales competentes cuando los necesitemos. La creencia de que una vez construida una carretera, un puente o una presa, ésta se mantiene por arte de magia, el poco impacto en el público general de los trabajos de mantenimiento de obras públicas, un ecologismo mal entendido potenciado en algún caso desde los poderes públicos y la pérdida de valores como la cultura del esfuerzo puede ocasionar que, en un momento dado, se rompa una tubería y no tengamos agua, se derrumbe un puente y estemos incomunicados, que un socavón en esa magnífica autopista que inauguramos en 2004 y mantuvimos paupérrimamente nos obligue a volver a la desvencijada carretera nacional durante meses porque no se habilitaron partidas adecuadas para su mantenimiento. Pero mientras haya datos móviles problema resuelto: podremos contarlo en nuestro Instagram con un selfie poniendo cara de pena. O igual no, si también nos falla el suministro eléctrico.

En este contexto el próximo lunes arranca en Madrid el VIII Congreso Nacional de Ingeniería Civil. Bajo el lema “El liderazgo de los Ingenieros de Caminos” debatiremos sobre los retos que afronta la profesión, que como habrá deducido el lector que hasta aquí ha llegado, no son pocos. Entre otros temas se debatirá sobre el vehículo autónomo, sobre el cambio climático, sobre la conservación del patrimonio y sobre agua y economía circular. Estos asuntos son vitales para nuestro futuro cercano como sociedad. En el fondo de los mismos subyace el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la necesidad de contar con el trabajo de los ingenieros de caminos y del resto de ramas de la ingeniería para llevarlos a cabo. Porque, no nos engañemos, es cuanto menos dudoso que continuemos manteniendo los altos estándares de vida de nuestro país para nosotros y los ochenta millones de turistas que nos visitan anualmente sin la contribución de la ingeniería. El futuro será con ingenieros o no será.

Es por esto por lo que es necesario generar un estado de opinión en la sociedad que trascienda a los eslóganes vacuos que la clase política maneja con desparpajo y defina unas líneas de trabajo sólidas y realistas que incluyan el estímulo al estudio de la ingeniería a las nuevas generaciones y la puesta en valor de nuestros ingenieros e ingenieras. Porque ahora, a diferencia de los años sesenta, sí contamos con ingenieras aunque menos de las que debería haber. Quizá, a modo de cloenda, los ingenieros deberíamos ir al núcleo de lo que hacemos, y recordar nosotros mismos la satisfacción personal que produce hacer realidad un proyecto en el que hemos participado. E intentar transmitir de alguna manera a las nuevas generaciones que no hay mayor felicidad que la que nace del esfuerzo. Sin olvidar la respuesta de Paul Bettany a Stanley Tucci en la magnífica escena de Margin Call sobre la construcción de un puente: «hay gente que prefiere ir por el camino largo«.